viernes, 14 de enero de 2011

Mirarse en el espejo de Lula, por Víctor de Gennaro

En mi primer viaje a Brasil me sorprendió la sentencia resignada de los compañeros: "Acá, el que nace rico muere más rico y el que nace pobre muere más pobre". Traía en mi valija el bagaje de una cultura signada por la movilidad social, aquello de "mi hijo el doctor" con que mis viejos soñaban una sociedad de desarrollo y futuro.

Hoy, frente al abrazo emocionado de Lula y Dilma -él, un trabajador orgullosamente sindicalista; ella, la nueva presidenta de Brasil-, sentí que caían derrotadas aquellas impotencias. No con palabras sino con hechos. El primer trabajador electo presidente en toda América termina dos mandatos con el 87% de aprobación a su gestión.

Perdieron los agoreros que decían que no duraba seis meses, o que produciría la debacle económica hundiendo el país en la desesperanza. No sólo no fue así, sino que con sentido común, sensibilidad y agallas demostró que hay un proyecto capaz de ser vivido como pueblo y Nación en el marco de una América latina que desborda las mezquindades de sus dirigencias.


No tuvo miedo a ningún debate y, ante la pobreza, privilegió el salario, el trabajo, la igualdad social y el desarrollo productivo. Lula recuperó el orgullo del trabajador brasileño.

Cómo no recordar su visión estratégica, pero también su afecto y generosidad demostrados al elegir la Argentina y no los Estados Unidos como destino de su primer viaje en calidad de presidente de Brasil.

Era ese el Lula que conocí cuando reclamaba por el derecho a la sindicalización de los estatales, que estaba prohibida en su patria. Era aquel del que fui siendo compañero hasta sentirme amigo por sus enseñanzas, pero sobre todo por su grandeza y su humildad.

Discutidor como pocos, pero respetuoso de las diferencias, que no son la excusa para dividirse. Generoso para invitarme a compartir la campaña electoral en 1994, después de la Marcha Federal con que enfrentábamos acá al plan Cavallo y allá el plan Real. O cuando hace tan sólo diez años convocaban a enfrentar a Davos desde Porto Alegre, y miles de resistentes nos dábamos cita para decir que la historia no terminó y que otro mundo es posible.

Una y otra vez nos acompañó en la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA) y brilló en aquellos encuentros del Nuevo Pensamiento, demostrando que no hay confrontación entre el pensar y el hacer. Y el momento culminante fue verlo por televisión cuando llegaba a San Bernardo, su región, su barrio, el ABC donde inició su representación metalúrgica. Allí fue recibido por su amigo y discípulo, Luis Mariño, ex presidente de la Central Unica de Trabajadores de Brasil (CUT), con quien compartí desde la CTA una época de gran acercamiento y acciones comunes.

Ahora, después de haber sido su primer ministro de Trabajo, como intendente de su ciudad Mariño le entregaba la Gran Llave que lo distingue como ciudadano ilustre.

Lula ratificó que volvía para caminar por los mismos lugares habiendo demostrado que se puede, que hay que enfrentar el miedo con la capacidad que como trabajadores tenemos. Entonces sentí lo lejos y lo cerca que se puede estar de soñar y construir una nueva experiencia política para la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación. Una tarea que depende sólo de nosotros mismos.

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